Ya desde bebé, cuando el llanto se hacía insoportable para su madre, ella harta de mecerlo y acunarlo, lo sacaba en una cesta al jardín. En el momento en el que sus ojos se encontraban con el azul inmenso del cielo, el llanto desaparecía de golpe y parecía que el niño levitara.
Algunas vecinas se sentaban durante horas junto aquel niño extraño de ojos oscuros, intentando averiguar que buscaban esos ojos en el cielo.
Justo empezar a crecer, su madre histérica tenía que ir a buscarlo a la parte más alta del jardín. Allí lo encontraba; con sus pantalones cortos, su cuerpo fino y delgado, encima de un pedrusco con los brazos extendidos en cruz. Meciéndose al compás del viento, los cabellos alborotados tapándole los ojos.
Parecía hablarle a algo, parecía que los pájaros hablaran con él.
A veces la llamaban del colegio y lo encontraba subido en lo más alto de un árbol, mirando al horizonte.
Parecía hablarle a algo, parecía que los pájaros hablaran con él.
A veces la llamaban del colegio y lo encontraba subido en lo más alto de un árbol, mirando al horizonte.
Cada noche, cuando todo el mundo dormía, él salía al balcón y le pedía a Dios que le diera dos alas para poder volar. Era tanta su desesperación que a veces su madre se lo encontraba tiritando al amanecer con los ojos llenos de lágrimas.
Ella harta ya de tanta tontería, lo encerraba en su habitación y no le dejaba abrir las ventanas. Para que no pudiera ver el cielo.
Y le gritaba que no era un pájaro y que no lo sería nunca… que se conformara con lo que era, un pequeño niño introvertido, que jamás podría volar, que eso sólo les estaba permitido a los valientes.
Y le gritaba que no era un pájaro y que no lo sería nunca… que se conformara con lo que era, un pequeño niño introvertido, que jamás podría volar, que eso sólo les estaba permitido a los valientes.
Durante muchos años la obsesión por volar le llevó a viajes insólitos, a coger cientos de aviones, a ver las ciudades desde lo más alto. A intentar imaginar cómo sería poder tocar las nubes con las manos, poder sentir el viento en la cara, poder planear y sentir la presión del aire manteniéndolo suspendido y dejarlo caer de golpe…Volar…
Buscó emociones que lo calibraran al límite, corrió en moto, los árboles pasaban por su lado a una velocidad increíble, navegó por el mar en una lancha, saltando con las olas, compitiendo con los Cormoranes en su vuelo a ras del agua.
Mirándoles de cerca, retándolos…
Mirándoles de cerca, retándolos…
No consiguió quitarse esa tristeza perpetua de sus ojos.
A veces, todavía en medio de la noche miraba al cielo negro lleno de estrellas y pedía unas alas. Su mujer lo miraba desde la ventana de la habitación y cuando él se dejaba, lo abrazaba con ternura, le acariciaba los brazos desnudos y le sonreía con resignación.
Su deseo era tan fuerte que le dolía el alma.
Y un buen día, empezaron a crecerle unas protuberancias extrañas entre los omóplatos. Ella se asustó tanto que le obligó a vestirse en cinco minutos y consultar al médico más cercano.
Le hicieron un millón de pruebas.
Visitaron cientos de clínicas. Nadie tenía una solución científica a esas dos “cosas” con plumas que le iban creciendo en su espalda.
Su familia se santiguaba al verlo pasar, su esposa empezó a llorar y jamás dejó de hacerlo.
Por el contrario, él se encerraba cada día delante del espejo de su habitación y contemplaba de lado esas enormes alas que le estaban creciendo…
Su tristeza había desaparecido.
Las acariciaba con tanta pasión, con tanto deleite, que las lágrimas le resbalaban por las mejillas de la emoción.
Y llegó el día.
Un día de abril, de madrugada, cuando el sol todavía despuntaba de entre los árboles y sus rayos entraron tímidamente por las esquinas de la habitación hasta darle de lleno en los ojos.
Sintió un deseo feroz de desperezarse, de levantar los brazos, de estirar, de abrir, de desplegar, extender...de batir… de batir sus Alas…
Sus enormes y preciosas Alas.
Y cual águila o ángel… salió al jardín.
El cielo lo miraba maravillado. Los pájaros sonrieron al fin.
Por fin vio sus alas brillar, no tuvo miedo.
Fue valiente.
Dijo adiós a su vida, a su familia, a su mujer y se dirigió a la montaña.
Buscó el acantilado y se lanzó al vacío...
Fue valiente.
Dijo adiós a su vida, a su familia, a su mujer y se dirigió a la montaña.
Buscó el acantilado y se lanzó al vacío...
Este escrito fue mi "primer relato" en el blog de Maman... A mi...en particular me encanta.
Y bueno...el otro día lo volví a leer...y ahora...que me lee más gente...pues salió mi "vena" snob...y no sé...pero quería compartirlo.
En su momento agradecí a quien casi me "obligó" a publicar mis escritos...ahora vuelvo a hacerlo:
-Gràcies Eduard! Tener un blog...escribir mis tonterías...es casi...bueno no...
ES terapéutico!!!! je,jeee. TE lo debo a Ti!!! moltes gràcies !!!!!
Este escrito lo hice en su momento pensando en ti ya lo sabes...
Petonassos!
Gracias a todos los que me leéis...vaya paciencia...
Besosssssssssss