La conocí en uno de esos viajes interestelares que empezamos a hacer años atrás. No me motivaba nada viajar a otros planetas y así lo expuse, pero no hay opción posible a según qué trabajos.
Así que intenté ser positivo y no agobiarme.
Los viajes siempre eran largos, aburridos, aunque aportaban a mi vida algo de color. Mi vida era anodina en la tierra, pero a mi nunca me preocupó.Era como la de muchos otros, del trabajo a casa y de casa al trabajo. Una esposa bonita que se hacía cargo de todo lo cotidiano y me hacía la vida un poco más fácil. Nada podía hacer que me quejara.
El día que puse los pies en ese planeta extraño tuve la sensación de que algo malo ocurriría. No sabía con certeza qué era lo que me angustiaba pero no dejé esa sensación hasta volver a poner los pies en la nave. Nada ocurrió finalmente, pero en el momento de subir la rampa la vi a ella. No a ella. En realidad vi sus ojos. Sus grandes ojos. Y un gesto que no pude descifrar pero que no pude olvidar en todo el trayecto de vuelta a casa.
Los días se encargaron de difuminarlos.
Regresé al cabo de unos meses. Teníamos problemas con lo suministros. Eran una gente particular aquella y pareciera que estaban a punto de entrar en una guerra civil. Las calles siempre andaban repletas, pero el ambiente era asfixiante y los ánimos enrarecidos en una mezcla de violencia contenida y alegría inventada.
Al tercer día la volví a encontrar. O sus ojos me encontraron a mi.
Ese particular azul intenso.Y ahí empezó mi calvario.
Noches sin dormir. Persiguiendo sueños y anhelando esquinas que pudieran salvar nuestros oscuros secretos.Me atormentaban los amaneceres y su manera de observarme.
Pero volvía una y otra vez para sentir la calidez de su mirada distinta y de sus lágrimas cristalinas.Por sentir lo que sus ojos me anunciaban. Por traspasar mis fronteras y dejarme atrapar entre historias inventadas en las que deseaba perderme.
Y yo me desintegraba lentamente como aquel planeta extraño de gente sin miedo. Me desdibujaba cada vez que subía a la nave y volvía a mi vida terrestre. Y me marchaba de allí impregnado del sabor de sus lágrimas en mis labios y de su cuerpo en mis manos. Y sentía cada vez más lejana mi tierra y volaba a zancadas hacia un valor que parecía que pudiera hacer frente.
No sé que ocurrió en realidad. Siempre fue esa sensación.
Dicen que estalló la guerra.
Recuerdo mirar en el fondo de sus ojos y ver la inmensidad del universo.
Recuerdo abandonarme al gentío. A las calles envenenadas de histeria.
Su intensidad no pudo salvarme, ni mi valor pudo salvarla.
Recuerdo dejarme morir y la eternidad me sumió en el silencio de una oscuridad azul.