Estoy muy lejos de casa. Pero sólo lo siento así cuando me sitúo encima del mapa. No sé qué decir sobre la adaptación porque sólo llevo dos semanas y la vida me parece la misma. O yo soy la misma loca de siempre. Puedo disimular porque aquí no me conocen. Pero disimular no oculta lo que en verdad eres. Durante estos días he tenido un millón de sensaciones. Me siento extraña. Como si la realidad se hubiera partido. O se hubiera convertido en otra historia. La ciudad es amplia. Sí. A mi me parece amplia. Las aceras grandes y las calles gigantes. Lo peor es el ruido. Es imposible descansar la mente. No hay paz cuando los autos son miles de monstruos que no descansan ni un momento para desquiciarte un poco más.
Podría comparar y decir qué es, mejor.
Pero nada es mejor que nada. Sólo diferente. Desde que bajé del avión me acompaña el sabor del vértigo, del jet-lag, del movimiento.
Es una impresión.
Todavía no he tenido tiempo a la añoranza. Ni deseo ir a ningún lugar que lleve "marca" España. En primer lugar porque parece que todo se resuma en un cartel publicitario de toros. Lo sé, los tópicos no pueden olvidarse así como así. Y parece ser que hay gente que cuando le entra la ñoña se tira de cabeza a lugares donde hayan banderas. Pues continúo diciendo que soy más rara de lo que aparento y me molesta. A mi, Claro. Yo pienso por mi.
Yo no extraño los lugares, extraño a las personas. Y esas no están en la publicidad de un restaurante ni en ninguna tienda de souvenirs. Y siento decirlo, pero tampoco he tenido tiempo para echar en falta nada ni a nadie. Todavía.
Pero sinceramente...me da lo mismo estar aquí, en Australia, que en el planeta Marte. La vida de uno es igual o parecida en cualquier lugar del mundo. Tendrás más o menos cosas. Conocerás más o menos gente, pero la realidad siempre te atrapará.